Lo último que supimos de Pablo Helguera era que estaba la Patagonia, agobiado por tanto imprevisto y tanto debate en torno a su proyecto (que consistía precisamente en generar encuentros y discusiones en cada ciudad que visitaba).
Se llegó a decir que despues de su largo viaje (lleno de papeleos de aduana, problemas con la camioneta, robo del portátil en Bogotá, debates aquí y allá) entre Alaska y la Patagonia, el artista y educador había optado por retirarse del mundo del arte e irse a vivir en una cabaña cerca del estrecho de Magallanes (a manera de paleativo para su Panamerican Unrest)
Pero, oh sorpresa! Me enteré que hace unos días presentó su último trabajo, el Metropolitan Opera Bathroom, performance que va en una línea muy distinta a su School of Panamerican Unrest, el cual tuvimos el placer de conocer de primera mano a través de aquellos diálogos inolvidables entre Pablo Helguera, Lucas Ospina y Fracois Bucher(*).
A continuación, el video del performance de Helguera, que habla por sí solo (y una breve descripción de la propuesta)
[yotube=http://www.youtube.com/watch?v=792zOb-QqiE]
El Metropolitan Opera Bathroom consistió en un recital en vivo-a capella, y au naturel-bajo la ducha. Tuvo lugar el 1 de junio de 2008, como parte de la exposición «Entree», curada por Krista N. Saunders en un apartamento privado en el Upper West Side de Nueva York. Más de 100 visitantes tuvieron la oportunidad de escuchar arias de óperas de Puccini, Verdi, Mozart, Leoncavallo, Bizet, y otros, mientras que los más atrevidos fueron capaces de mirar en el performance detrás de la cortina de la ducha.
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(*) En un momento de la discusión, el artista Francois Bucher intenta, de forma cortés y con fino sentido del humor, contrarestar
Querido Pablo,
Lo que recibiste fue el regalo de una especialidad santafereña, tan típica del altiplano cundiboyacense como lo es la hormiga culona para los santandereanos: la sátira. Me dirás que ese género literario de la colonia también existió en México, pero en esta región las cosas se dan distinto, del mismo modo que hay papa sabanera, que se come con guasca, también hay sátira sabanera que no se pasa casi con nada. La primera mordida sorprende por dos factores, porque no es el visitante el que muerde la especialidad sino la especialidad la que muerde al visitante. Con la hormiga culona, gracias a Dios no es así. Lo segundo, lo que para mí que vengo del valle del Champús de Lola fue aún más importante como aprendizaje, es que la cosa no la pruebas (o debería decir “la cosa no te prueba”) en presencia de tu huésped sino que te llega en una encomienda, a veces sin remitente. Y lo más increíble, cuando sí tiene remitente bien puede ser un buen amigo que, aprendida la lección no debe dejar de serlo por ello.
Hay que acordarse que en 1794, cuando aparecieron los pasquines satíricos en Santa Fé y en Tunja, su razón de ser era, junto con la traducción de los Derechos del Hombre, bajarse a los españoles. Para un santafereño como Lucas, que publicaba hace años un pasquín de esa misma tradición llamado “El Bastardito”, apuntar a bajarse al mexicano que pasa, o sumarle una dosis de amargura a su desasosiego, no es maldad para nada, sino puro reflejo. Como te diría un gamín Bogotano: “cualquier cosa es cariño” o “regalado, hasta un puño”.
Francois Bucher