Lo primero que se nota al regresar a Bogotá, luego de estar lejos
por un tiempo, es que definitivamente la ciudad ha cambiado
favorablemente. (obvio que tambien se nota estando aquí, pero el impacto
es bestial despues de meses de no verla) No lo digo sólo porque se vea
mas ‘bonita’ y vaya en camino de convertirse en una urbe ‘civilizada’.
Lo digo porque ese cambio es el resultado de una concientización de sus
habitantes, que en la última década han sabido elegir sus gobernantes y
estos a su vez han transformado la ciudad y sus instituciones.
(ciao maquinaria y bienvenido pensamiento independiente).
Por supuesto que falta mucho por cambiar. Pero uno de los mayores logros
es el contar con gobernantes y funcionarios con independencia de pensamiento
que no están amarrados a maquinarias y políticos que lo único que hacen
es generar una cultura de la corrupción y postergar grandes decisiones que
sólo se han tomado recientemente en beneficio de todos. Uno de estos logros
es el haber iniciado el desmonte del sistema tradicional de transporte que
estaba en manos (por no decir otra parte del cuerpo) de una caterva de
caciques que manipulaban a su antojo todas las instituciones del distrito
encargadas de regular el transporte. (divinos los altares y la decoración de
las busetas. No hay una artista-etnógrafo documentándolas antes de que las
chatarricen?)
En Atenas le dicen a los buses ‘metaphorai’, lo que genera una relación
directa con su cultura y su glorioso pasado. En Bogotá los ‘ejecutivos’ son
el imán de todos los madrazos (una primordial forma de relación cultural)
tanto de sus maltratados pasajeros como de todos los carros a los que se les
atraviesan impunemente. Encontré que hay como un boom de «retoños» de
los ejecutivos que llevan el desafortunado nombre de ‘busetones’ (que
nombrecito!! son como la encarnación de un insulto)
Si, en Bogotá las cosas han cambiado. Entre ellas instituciones como
el I.D.C.T. y de eso no existe la menor duda. No comparto con Merchán
la idea de buscar el epicentro de todos los problemas en la mirada de Jaime
Cerón. Efectivamente es funcionario de una institución con mucho poder
de gestión y eso, estoy segura, genera todo tipo de envidias y resistencias.
Tampoco estoy de acuerdo con Barbara Santos. Primero porque así tenga
razones para debatir los argumentos del jurado, su «meditación en la esfera
pública» no pasa de ser una pataleta extemporanea que no la deja bien
parada. (también le pasa a algunos artistas cuando no se ganan un premio)
A Cerón se le pueden debatir muchas cosas (lo hago cada vez que da papaya),
pero en el terreno de las ideas y con argumentos que confronten su pasión
por la teoría, su excesivo intelectualismo, sus magníficos textos, sus malas
exposiciones (las obras siempre terminan ilustrando sus textos) y hasta se
le pueden tirar tomates por prestarse a curar eventos como Kent (de la
bienal-social al espectáculo light como quien cambia de canal).
Ya se ha dicho aquí que el I.D.C.T. es una institución sana, transparente y
cada día más independiente (la independencia no se ejerce únicamente montando
un espacio sin ánimo de lucro). Pero de pronto le hacen falta detalles como
diseñar dispositivos que autoricen a Cerón para tomar decisiones en lo
relacionado con el tema de la cuestionada independencia de los consejeros
contratistas (si será que eso le toca a él?), implementar eventos como el que
propone Merchán (si le toca a él!) y chatarrizar aquellas instituciones
autocráticas que sueñan con drenar el presupuesto distrital. (le toca al
alcalde y al I.D.C.T. con el apoyo del medio artístico y los medios de
comunicación)
Para finalizar, invito a todos los que han escrito en esta esfera a incluir
en el debate sobre los regionales una reflexión sobre las obras que los
conforman. (siempre se habla de todo menos de las obras)
Ya es hora de que esto también cambie.